Otros textos:
Un espacio acogedor
Es sencillo reconocer un dolor en el hombro, la espalda, las dichosas cervicales o esa molestia estomacal que te hace arder después de cada comida. Es fácil también administrar un analgésico o un antiácido para hacer desaparecer el mal, aunque solo sea por unas horas. Pero ¿qué esconde ese dolor? ¿cómo ha llegado a estar tan presente en mi vida?. Rara vez nos ocupamos de investigar cómo hemos llegado a estar donde estamos, a ser como somos. Nos vamos alejando de nuestro cuerpo, de nuestras emociones y llega un momento que somos incapaces de reconocer sus señales. El cuerpo es un lugar donde vamos guardando todas y cada una de las experiencias que tenemos a lo largo de nuestras vidas. Esas Experiencias son un conjunto de acciones, emociones e interpretaciones de todo lo que nos sucede, que vamos ubicando en algún lugar de nosotras mismas. ¿Dónde y por qué lo colocamos en un determinado lugar? ¿Ha tenido alguna importancia en mi vida? ¿Se manifiesta en mi cuerpo de alguna forma? Estas son preguntas que no son fáciles de responder, fundamentalmente porque apenas dedicamos esfuerzo y tiempo para ello. Podemos imaginarnos nuestro cuerpo como una casa a estrenar, que poco a poco vamos decorando y llenando de experiencias a lo largo de nuestra vida. Ilusiones, encuentros y desencuentros, proyectos, amores, pérdidas, estrés, familia, etc. Todas van ocupando un espacio en esa casa que poco a poco se llena de vivencias que son solo nuestras y van definiendo nuestra forma de relacionarnos con el resto del mundo. En esa casa también hay desvanes, buhardillas, cuartos trasteros, armarios empotrados y rincones especiales, donde vamos guardando cosas, algunas sin darnos cuenta siquiera de que allí las hemos dejado, otras porque pretendemos olvidarnos de ellas, y otras simplemente porque no encontramos otro sitio mejor donde ponerlas. Estos lugares, se van llenando, y casi siempre los descuidamos, amontonando unas cosas encima de otras, hasta que llegamos al límite y el espacio cede, revienta o simplemente, duele. Entonces es cuando le prestamos atención y descubrimos la cantidad de cosas que hemos ido guardando a lo largo de nuestra vida. Pero la solución no es apuntar, eso sirve solo por un tiempo, como el analgésico. Hemos llenado el desván, y machacado el cuerpo sin reparar en como hemos llegado hasta ese punto. Entrar en el chiscón, ordenar el cuarto trastero, darle la vuelta a la habitación, con actitud de “manos a la obra”, dejando salir la exploradora que llevamos dentro, abierta a experimentar, a enfrentarnos a las emociones que van a aparecer al mover uno y otro objeto, permitirá hacer hueco, liberar presiones, recuperar emociones ocultas en el álbum de fotos, generar nuevos espacios en los que sentirnos cómodas, reconociendo vivencias que hemos ido guardando, para poderlas ubicar en lugares que no sobrecarguen el espacio, nuestra casa, nuestro cuerpo. Al recolocar las experiencias acumuladas, es posible que deje de dolernos el pecho , pues el aire circula de manera más fluida, y el estado de ánimo cambia, porque nuestro cuerpo es ahora más acogedor. Vamos entonces a descubrir nuestro espacio, reencontrarnos con nuestro cuerpo y escucharlo. Vamos a dedicarle el esfuerzo y tiempo necesarios, como quien decide explorar un lugar nuevo, con la misma ilusión. Vamos a prepararnos para experimentar, reconocer y nombrar las emociones que aparecerán al liberar pasillos. Abrir cajitas de las que surgirán recuerdos, emociones, fotografías de nuestra vida en las que nos reconoceremos, permitiéndonos identificar lo que somos, para poder elegir dónde y cómo seguir ubicando cada minuto del fluir de nuestra historia. Quizás sea el momento de dejar las prisas fuera, de aceptar el malestar inicial que pueda surgir, como las agujetas cuando empezamos a hacer ejercicio, y dedicarnos el tiempo que necesitemos para sentirnos a gusto en “nuestra propia casa".